En El diablo está en los detalles: Así escribo, Leïla Slimani se despoja del disfraz de novelista para mostrarse tal cual es frente a la página en blanco: observadora incansable, obsesiva con la forma, vulnerable ante el lenguaje, y ferozmente honesta con sus intenciones. No es un manual de escritura al uso, ni un ensayo académico; es un libro de pasadizos, donde la autora nos deja espiar su taller interior, sin prometer fórmulas pero ofreciendo luz.
Slimani escribe sobre escribir, pero en realidad habla de mirar, de recordar, de arriesgar. En sus palabras, el oficio literario se parece más a una búsqueda detectivesca que a una construcción metódica. Ella hila la escritura con el deseo, el miedo, el poder, el cuerpo, el silencio. No enseña a redactar, sino a habitar el gesto de escribir como un acto de vida —y a veces, de supervivencia.
La voz que guía el libro es elegante y reflexiva, pero también mordaz y juguetona. Slimani no tiene reparos en desnudar sus dudas, sus manías, su relación conflictiva con el tiempo, la maternidad o la exposición pública. Se aleja del aura romántica del “genio” literario y se acerca, más bien, a una ética del trabajo que exige disciplina, humildad y una fe casi ciega en el detalle. Porque ahí —como sugiere el título— se esconde todo: el diablo, la belleza, la verdad.
A lo largo de las páginas, la autora va dejando migas: anécdotas de lecturas fundacionales, confesiones sobre personajes que la han perseguido, pensamientos sobre el lenguaje y su carga política. Es un libro que dialoga con otros libros, que invita a escribir no desde el deber, sino desde la urgencia.
El diablo está en los detalles es, en definitiva, un testimonio íntimo y lúcido sobre lo que significa escribir con el cuerpo y con la memoria. Un regalo para quienes escriben, leen o simplemente quieren entender de qué están hechas las palabras cuando se usan para resistir, nombrar y existir.
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