El protagonista —periodista, detective ocasional y hábil para moverse entre la verdad y el humo— se enfrenta a un caso que no es solo un asesinato, sino un rompecabezas donde cada pieza encaja con una mentira más. Lo que comienza como una investigación aparentemente simple pronto revela una maraña de pasiones ocultas, traiciones bien disfrazadas y personajes que juegan a dos bandas.
Coxe domina el arte de la narración directa, sin florituras innecesarias, pero con la tensión justa en cada diálogo, en cada gesto. La ciudad —gris, húmeda, casi siempre al filo de la noche— se convierte en un personaje más, un escenario que respira crimen y misterio. Nada está de más, y cada pista que el protagonista recoge parece al mismo tiempo una respuesta y una nueva pregunta.
Lo interesante de esta historia no es solo el crimen en sí, sino la manera en que el autor revela cómo la verdad no siempre está del lado de la ley. La justicia aquí no es limpia, ni idealizada; es sucia, a veces torcida, y muchas veces depende más del olfato y la intuición que de las pruebas oficiales.
Y la muerte no esperó es, en esencia, un policial clásico que sabe jugar con el ritmo, el suspenso y los giros sutiles. Es ideal para quienes disfrutan del género negro sin artificios, con personajes que no buscan ser héroes, pero tampoco se conforman con mirar hacia otro lado. Un libro que se lee con el pulso acelerado y deja la sensación de que, en el mundo de Coxe, la muerte no avisa… pero siempre llega.
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