El árbol de las palabras es una novela que se lee con el corazón abierto y los sentidos atentos. Andrés Pascual construye aquí una historia íntima y, al mismo tiempo, universal, que parte de la memoria, el lenguaje y el poder curativo de las historias. Es un libro que no solo se cuenta, se transmite; se siente como una conversación susurrada al oído por alguien que ha aprendido que las palabras, cuando se dicen con verdad, pueden salvarnos.
La trama nos lleva a un rincón del mundo donde las tradiciones orales aún resisten el olvido, y donde el silencio —ese que tanto asusta— puede convertirse en cuna de transformación. En el centro está un personaje que, en busca de sí mismo o de algo más grande que no sabe nombrar, se encuentra con una comunidad, con una forma distinta de entender el tiempo, la pérdida y el recuerdo.
Pascual escribe con una prosa delicada, sin artificios, pero cargada de alma. Cada página está impregnada de una sensibilidad que no cae en lo cursi, sino que se sostiene en la autenticidad. Hay belleza en lo pequeño: en una palabra pronunciada con intención, en un gesto ancestral, en el eco de un cuento que atraviesa generaciones.
Uno de los grandes aciertos de esta novela es cómo conecta el poder de la palabra con lo humano más profundo: la necesidad de contar para no desaparecer, de escuchar para pertenecer. En un mundo donde todo es veloz, El árbol de las palabras propone una pausa. Un regreso a lo esencial. A lo que no necesita tecnología ni ruido, solo presencia.
Este libro es, en el fondo, un homenaje a la tradición oral, a los guardianes de la memoria, a quienes entienden que el lenguaje no es solo comunicación, sino raíz, alimento y consuelo. Una lectura que no termina cuando se cierra el libro, porque sus palabras —como semillas— siguen creciendo mucho después.
El árbol de las palabras es, simplemente, un acto de fe en lo que decimos y en lo que somos capaces de sanar cuando elegimos contar lo que llevamos dentro.
0 Comentarios