Terciopelo es un libro que no se impone, pero que deja huella. Como su tÃtulo sugiere, la lectura se desliza con suavidad, pero no por eso carece de intensidad. Juan Rivera Arroyo construye una obra profundamente sensorial, donde el lenguaje es tacto, susurro y al mismo tiempo filo. Estamos ante una escritura que acaricia, pero también corta.
Este libro es más que una colección de versos o relatos: es una atmósfera. Una especie de refugio en el que habitan emociones crudas envueltas en palabras elegantes. Hay algo confesional en el tono, pero también una contención que evita el exceso. Rivera Arroyo escribe desde un lugar Ãntimo, pero con una conciencia estética que convierte lo personal en resonancia colectiva.
El ritmo de la obra es delicado, casi musical, como si cada palabra estuviera elegida no solo por su significado, sino por su textura. Las imágenes que evoca son precisas, llenas de cuerpo, y muchas veces dejan una sensación ambigua: dulce y amarga, serena y punzante. Hay amor, hay pérdida, hay deseo, pero todo tratado con una madurez emocional que elude el dramatismo gratuito.
Lo más valioso de Terciopelo es su honestidad. No busca impresionar, sino conectar. No se esconde detrás de juegos literarios complejos ni aspavientos estilÃsticos: confÃa en la emoción limpia, en la belleza de lo sencillo, en la verdad que emerge cuando se escribe con los sentidos despiertos.
Es un libro para leer despacio, tal vez en voz baja, como quien recorre una carta escrita a mano. Y al terminar, deja algo entre los dedos: una nostalgia leve, una caricia que permanece, y el deseo de volver a abrirlo, no para entenderlo mejor, sino para sentirlo de nuevo.
Terciopelo es, en definitiva, un testimonio delicado de que la poesÃa puede ser piel, suspiro y memoria. Un libro que no necesita gritar para quedarse.
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