Llámalo sueño, de Henry Roth, es una de esas novelas que arden con una intensidad silenciosa. Bajo la apariencia de una historia de inmigración —la de un niño judío, David Schearl, que llega a Nueva York a principios del siglo XX— se esconde una exploración profunda de la identidad, el lenguaje, el miedo y la redención. Es un libro que no solo se lee: se escucha, se huele, se siente como si uno también caminara por los callejones de un barrio extraño con los ojos bien abiertos y el corazón acelerado.
Roth escribe desde la piel del niño, y eso le da a la novela una sensibilidad única. Todo se percibe con la desmesura de la infancia: los gritos del padre autoritario retumban como relámpagos, las calles están llenas de amenazas invisibles, y la religión —con su carga de culpa y misterio— se convierte en una fuerza que lo absorbe todo. La mirada de David es inocente pero intensamente lúcida, como si estuviera siempre al borde de entender algo demasiado grande para él. En ese borde vive toda la belleza del libro.
Lo más potente de la novela es su lenguaje. Roth mezcla lo cotidiano con lo lírico, transformando escenas simples —una conversación, un trayecto en metro, un sueño febril— en momentos de revelación. Hay párrafos que fluyen como un río y otros que se quiebran como una plegaria rota. Esta forma de escribir, densa pero viva, refleja también la lucha de David con el idioma, con el hebreo, con el inglés, con las palabras que aún no sabe usar para nombrar lo que siente.
Pero Llámalo sueño no es solo un viaje interior. También es un retrato vibrante de la vida en las calles, del choque entre el viejo mundo y el nuevo, de las tensiones familiares y sociales que marcan a fuego la experiencia del inmigrante. El padre de David es una figura particularmente compleja: duro, incomprendido, violento, pero también trágicamente humano. La madre, silenciosa y protectora, es un ancla emocional en medio del caos. Y David, en ese núcleo conflictivo, busca desesperadamente una forma de ser, de pertenecer, de comprender.
El clímax del libro, una escena cargada de simbolismo y emoción, es uno de esos momentos literarios que se quedan para siempre. No por su dramatismo, sino por lo que revela del alma del protagonista: la posibilidad de reconciliarse consigo mismo y con su pasado, aunque sea por un instante.
En suma, Llámalo sueño es una novela sobre el desarraigo y la búsqueda de luz en medio del ruido. Es desafiante, sí, pero también profundamente conmovedora. Una obra que no grita, pero deja eco. Una historia que no necesita grandes gestos para ser enorme.
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