El circo no es simplemente un libro: es una carpa literaria donde lo absurdo, lo poético y lo insólito desfilan como animales exóticos bajo la mirada delirante de Ramón Gómez de la Serna. En lugar de ofrecernos una historia con principio, nudo y desenlace, el autor nos lanza de cabeza a un espectáculo fragmentado, lleno de imágenes, ocurrencias y reflexiones que giran en torno a ese microcosmos de extravagancia que es el circo.
Gómez de la Serna no observa el circo como un lugar infantil o superficial, sino como una metáfora del mundo: caótico, artificioso, fascinante y, sobre todo, profundamente humano. En sus páginas, los payasos no hacen reír, sino pensar. Los animales, las bailarinas, los acróbatas y los domadores son símbolos ambulantes de nuestras propias contradicciones. Y todo está narrado con esa prosa juguetona y libre que caracteriza al autor, como si cada línea fuera una pirueta verbal.
El libro está impregnado de greguerías disfrazadas de prosa, de frases que parecen pequeñas bombas poéticas. No se trata de retratar el circo de forma documental, sino de capturar su espíritu, su delirio, su manera de desafiar la lógica cotidiana. El humor, la melancolía y la crítica social se mezclan en un carrusel de imágenes donde lo trivial se vuelve trascendente.
El circo es también una defensa del arte como espectáculo, como exceso, como ruptura. En un mundo que a menudo se toma demasiado en serio, Gómez de la Serna parece recordarnos que el verdadero pensamiento nace de lo lúdico, de lo imprevisible, de lo que se atreve a romper el equilibrio.
Leer este libro es como asistir a una función donde el maestro de ceremonias está un poco loco, pero ve más claro que nadie. Una obra breve, sí, pero inagotable en su forma de mirar la vida a través del espejo distorsionado del espectáculo. Un festín para lectores que no temen al vértigo de lo inclasificable.
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