Sunset es un retrato feroz y brillante del ocaso dorado de Hollywood, ese lugar donde los sueños se compran, se venden y, con frecuencia, se marchitan. Pierre Rey se adentra en los salones lujosos, los yates privados y las fiestas interminables con la mirada afilada del que ha visto demasiado, pero aún se maravilla —o se espanta— con lo que encuentra.
En el centro de esta novela hay un mundo que brilla, pero que huele a decadencia. Los personajes —ricos, bellos, adictos al éxito, al sexo y a la destrucción— no buscan sentido, sino intensidad. Todo en Sunset gira en torno al deseo, pero no como motor de vida, sino como veneno elegante. Es una historia donde el vacío se disfraza de lujo, donde la felicidad es una máscara y el éxito, un espejismo agotador.
Rey escribe con una pluma rápida, casi cinematográfica. La narración se mueve con fluidez entre escenas provocadoras, diálogos agudos y descripciones que destilan sarcasmo. El ritmo nunca decae, y la superficie pulida del estilo contrasta magistralmente con la sordidez que va emergiendo poco a poco bajo el barniz.
Más que una crítica, Sunset es una confesión disfrazada. Una mirada sin concesiones a una élite que ha confundido la libertad con la autodestrucción. El libro seduce porque muestra sin juzgar, pero tampoco justifica. Cada personaje es un fragmento de esa gran mentira dorada que fue —y sigue siendo— el sueño americano en su versión más lujosa y vacía.
Es una novela peligrosa: atrapa, deslumbra y luego deja una resaca de preguntas. ¿Qué hay al final de tanto placer? ¿Qué queda cuando todo se ha tenido? Sunset no ofrece respuestas, pero pinta el paisaje con un realismo cruel y, al mismo tiempo, fascinante. Un viaje al corazón de una fiesta que ya terminó, pero de la que aún se escucha el eco.
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